lunes, 20 de agosto de 2007

PISCO es más de un VASO (parte 3)


Cementerio y muelle


El domingo matutino aterrizó soleado curando resfríos. Calle San Clemente, cementerio o “Casa de los Difuntos”. Es Sarah Ellen el difunto más mediático –por no precisar en el único- que ha tenido este camposanto. Abejas, flores y gracias a milagros de gente que asegura recibir cierta ayuda de ella, manifiestan su gratitud. Aseguran que siempre consigue estar colorida de pétalos. Born March 6-1872. Died June 9-1913.

Los mosquitos de color vino volaban, saltaban alocados. Veredas, pétalos marchitos reposaban en la pista con tierra humedecida. “La resurreción de la carne y la vida eterna, amén”. Saxofón, pandereta y cajón juntos en la musicalización de los cánticos al aniversario de un difunto rodeado de amigos. La beata Luisa Huarmey, a la cual también le acreditan milagros, tiene un humilde mausoleo. La conocida “Sierva de Dios” es muy visitada.

Por otro lado, el Malecón Miranda ha resistido melancólicamente a pesar de su 1940 inscrito en una de sus paredes. Las inclemencias del tiempo y cuanto “paracas” sople pasan por ahí. La costa de Pisco se manifiesta en una curva. Paracas, San Andrés, Pisco playa, por el norte Leticia. La península de Paracas queda casi al frente a la playa pisqueña -sin percibirse a la vista- y cuando corren lo vientos fuertes, las tormentas de arena no dudan en hacer su recorrido gestado desde el desierto.

Un muelle abandonado no es fantasma –aunque no tan vivo como el cuento “Los Ojos de Judas” de un niño Abraham Valdelomar-, a pesar de su inactividad, sigue siendo punto para pescadores que amarran sus redes a algún grueso y oxidado fierro. La cerda vuela, el plomo se encarga de sumergir el anzuelo esperando acomodarse como piercing en la boca, en la barbilla de un pez. Niños y adolescentes. Adultos y adultos mayores. Anchoveta y pejerrey en la playa de mar retirado.

Desde 1975 que las aguas empezaron a alejarse paulatinamente, el muelle es un puente sobre la arena. Cinco cuadras en aproximado de ausencia y media sobre el extrañado mar. Al lado derecho un asentamiento humano ya fijo su bandera nacional en su techo, aprovechando este terreno abandonado naturalmente. Al otro lado la brillante albúfera recibe las cosquillas de patillos que buscan pececillos en ella. Antes la gente demasiado pobre mataba a la “chuita” (ave guanera de carne negra) a palazos para luego comerla, una costumbre de antaño ante la necesidad.

En el medio del mar, brilla el espejo del sol. Este se refleja. La arena en la orilla mira hacia arriba que las gaviotas saben volar. En la Caleta de San Andrés los pescadores flotan en sus chalanas. En el muelle del Chaco de Paracas, son sacadas inmensas cantidades de choros de las peñas más profundas. El lugar, el río y el alma de los vasos están bautizados en compartida nomenclatura.



Pisco 2004.

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