Un raro día tuve toda la suerte
tan entera que no entraba toda en mí
pero sólo fue como la arena que cae del zapato
cuando se seca luego de correr por la playa
por una noche de otoño tibio.
La suerte brillaba más que una mujer en la cama
más que los ojos del felino que come tras días
pero aprender está en los libros y el suelo y en las costras
espero que un paracetamol, un jugo de mango
y mirar a un gato amarillo
curen el dolor de cabeza y de corazón.
Los pelícanos del Callao y las palomas de Lima
también esperan la suerte para comer algún buen desecho
y no tienen dientes por masticar piedras secas
mientras espero que un café entibie mi corazón
manzanillas para calmarlo.
El pellejo de la cara espera la niebla
en el parque donde orinan los perros y se pegan
en el día o en la noche o en la pista
y la niebla que bien reza.